Estaba
viendo las noticias (un vicio oculto que tengo…) y salió Roberto Brasero, el
hombre del tiempo de Antena 3, que me cae muy bien, pero eso ahora es lo de
menos, mejor voy al grano. Brasero mostró una foto de la NASA del planeta
tierra y haciendo una ampliación demostró que entre las millones de fotos que
la formaban, estaba la del equipo de Tu
Tiempo.
No
es la primera vez que veo una foto así, pero sí es la primera vez que verla me
hace pensar que la imagen que doy está formada de pequeñas fotos de muchas
personas, que de una manera u otra han dejado su impronta en mi proceso de
aprendizaje y me han hecho lo que soy.
Ese
mismo día hablaba con un amigo y sin querer provocó que me viniera a la mente
un recuerdo, de esos bonitos, de esos con los que sonríes cuando eres
consciente de que los conservas. Y me acordé de que un día decidí hacer un
trabajo sobre Rafael Torres. Ese día sumé una nueva foto a mi retrato.
Estaba
en la Universidad y en clase de Redacción Periodística nos propusieron hacer un
análisis de un columnista. Y como yo tengo esa costumbre de pensar que lo que
todo el mundo sabe no tiene especial interés, pensé en elegir a un columnista
del que no supiera nada, del que no hubiera leído nada hasta el momento. Y me
decanté por una sección del periódico que normalmente nunca leo, pero cuyo
contenido suele interesarme bastante: la televisión. De vez en cuando soy así de incongruente.
Por
aquel entonces El Mundo tenía dos colaboradores haciendo críticas televisivas.
Los dos se llamaban Rafael. Los leí y me decanté por Rafael Torres porque me
gustó. No hay otra razón. Recorté varias columnas, las analicé y terminé el
trabajo.
Pero,
yo que soy de pensar muy poco algunas cosas, decidí que quizás podría ponerme
en contacto con el autor de los artículos para saber si mi análisis sobre su
trabajo era el que merecían. Al fin y al cabo yo solo era una estudiante de
periodismo y él era todo un columnista de El Mundo.
Soy
bastante insistente y me cuesta desistir de mis empeños, por lo que pregunté,
escribí correos y un buen día recibí una llamada. Al otro lado del hilo
telefónico (porque por aquel entonces todavía había hilos), estaba Rafael
Torres.
No
os puedo describir mi cara, porque eso no lo recuerdo, pero sí la emoción.
¿Quién era ese hombre tan amable que llamaba a una estudiante de periodismo de
Nules Castellón, por el mero hecho de que ella le había buscado? Pues era
Rafael Torres. Él es así.
Se
mostró agradecido por mi trabajo, se mostró amable, cercano, simpático, tan
Rafael Torres como le recuerdo.
Una
cosa llevó a la otra y mi culo de mal
asiento, como se suele decir en mi tierra, me hizo proponerle a mi
profesora de redacción hacer una conferencia en la que Rafael Torres sería el
protagonista, que le conocía y él estaba dispuesto. Ella dijo que sí y casi sin
darme cuenta estaba en la estación de tren de Valencia recibiendo a quien, no
acababa de entender por qué, había aceptado el ofrecimiento de una chica que
quería ser periodista y había elegido su columna para un análisis, casi por
casualidad.
Rafael
Torres no hizo su conferencia en el aula magna del CEU San Pablo. Me reservo mi
opinión sobre ese hecho, hay quien dice que igual era demasiado políticamente
incorrecto. Yo no entendía nada de eso, porque no lo quería entender. Yo sólo
veía a ese columnista que había elegido para hacer un trabajo, sentado en una
silla de un aula de mi facultad hablando ante decenas de estudiantes. Y me
sentí la persona más importante del universo, porque esa chica de un pueblo de
Castellón que hasta ese día pasaba bastante desapercibida, era la organizadora
de aquella conferencia que tanto interés había despertado.
Pero
lo cierto es que esa parte de la historia, lejos de lo que puede parecer,
carece de especial interés. Lo realmente trascendente fue como Rafael Torres se
convirtió en una foto de mi retrato y eso lo hizo él solo.
Comimos
en la Malvarosa (una paella malísima…que los turistas no sabrán nunca lo que es
una buena paella hasta que prueben la de mi padre), paseamos por Valencia…,
pero sobre todo hablamos, mucho, muchísimo. Y yo tenía la sensación de que en
cada palabra que pronunciaba estaba aprendiendo, aunque él no pretendía
enseñarme nada.
Me
habló de la República. Nunca he hablado de la República con nadie, salvo con
él. Me habló de la política. Nunca he hablado de la política como hablé con él
(y os puedo asegurar que desde entonces he hablado mucho de política). Me habló
de escribir, me habló de tantas cosas… Yo no recuerdo si hablé, pero debí de hacerlo,
porque nos hicimos amigos.
Me
dedicó dos libros, Yo Mohamed y Oh Dios!, mis primeros libros dedicados
y que tan especiales igual son los últimos…
Rafael
Torres se enfadó mucho cuando llegamos a la estación de tren de Valencia y una
cinta impidió que yo accediera al andén para despedirle. Dijo que estaban
acabando con las cosas buenas de la vida, como despedirse por la ventanilla del
vagón de alguien a quien no sabes cuándo volverás a ver. Nos habían censurado
la emoción… Rafael Torres es un enamorado de los trenes, y desde ese día los
trenes ya no son solo trenes para mí.
Creo
que le escribí decenas de cartas. Él me contestó pocas, pero ¡qué bonitas y
esperadas eran sus cartas! Recuerdo su letra, letra de escritor, pensé.
La
vida tiene sus cosas y mucho tiempo después, un mes de enero de un año que no
recuerdo, me llevó a Fitur. Y un taxi me llevó a su casa de Madrid. Y mis pies
me llevaron a su biblioteca y mi corazón se llenó de un sueño que no era sueño.
Todavía tengo guardada esa biblioteca en la memoria. Me pareció una biblioteca de
las más dignas de ser llamadas como tal. Cenamos en un restaurante de los de
siempre. Y él fue tan amable como siempre, tan atento y tan Rafael Torres como siempre, porque imagino que no sabe ser de otra manera, ni falta que hace… Y yo fui
un poco niña y un poco tonta. Pero bueno, se puede decir que en aquel momento
era un poco niña y un poco tonta. Ahora lo soy un poco menos.
La
distancia no llevó al olvido, que eso es imposible, pero sí nos llevó a hacer
nuestras vidas sin saber de la del otro. Un día, cuando me decidí a esconder mi
primera novela (que entonces se llamaba Lesiones) en un cajón, pensé en que él podía leerla. Le busqué y como en una ocasión
anterior, le encontré, porque ya no estaba en Madrid. Hablamos y fue tan
amable, tan cariñoso, tan educado y tan Rafael Torres como siempre. Se ofreció
a leerla y yo se lo agradecí, pero después, por esa tontería del “no quiero
molestar” y del “¡con la cantidad de cosas que tendrá que hacer!” no se la
envié.
Pero
ahora que Lesiones es En lo más profundo, ahora que en
cuestión de semanas (espero) estará impresa y será una novela al alcance de
cualquiera que quiera alcanzarla, se la enviaré, porque sólo así haré justicia
a los bonitos recuerdos que le guardo.
No
sé si leerá este post. Si ha cambiado tan poco como me imagino no estará tan
pendiente como yo de las redes sociales. Recuerdo cuando me dijo que sus
entrevistas siempre se guardaban en papeles escritos a mano, no en grabadoras
que despersonalizan y enfrían. Por eso creo que igual no le llega, aunque sería
bonito que le llegara.
Lo
que sí que le llegará será mi libro con una dedicatoria, y si no me equivoco y
sigue siendo el mismo hombre que recuerdo, valorará tanto mi dedicatoria como
en su día yo valoré la suya, porque desde que conocí a Rafael Torres, todas las
personas no son más que personas para mí y la grandeza no viene dada por la
fama y el renombre, sino por la sencillez que nos hace ser nosotros mismos.
Me
encanta pensar que Rafael Torres puede ser una de esas pequeñas fotos que unida
a otras muchas, forman la imagen que soy.