La mayor parte de las personas que conozco son
buena gente y la experiencia me ha enseñado que lo son independientemente de su
ideología política o de sus creencias, más bien tiene que ver con su educación
y con su experiencia vital.
Tengo
la suerte de poder intercambiar reflexiones y opiniones sobre los más diversos temas con personas de todo tipo,
y al final, independientemente de las discrepancias, con la mayoría llego a la
conclusión de que no se trata de tener razón o no, sino de saber aceptar que somos
personas diferentes, con visiones diferentes de las mismas circunstancias y, a
pesar de ello, somos capaces de convivir conscientes de que en la diversidad
está la riqueza.
Me
educaron en la visión de un camino recto, al final del cual solo había un meta.
Era un buen camino, no lo voy a negar, hablaba de respeto, de amor fraternal
por el prójimo, de hacer el bien, pero cuando fui capaz de reconocer que tenía
mi propio espíritu crítico, descubrí que no hay caminos rectos, sino que
vivimos en una gran estepa sin sendas ni señales en la que, como mucho, podemos
guiarnos por el sol o las estrellas.
Aunque
hace mucho tiempo que dejé de caminar en la dirección que me marcaron buscando
un destino en el que no creo, reconozco que no me enseñaron nada malo. De
hecho, en esa época, mi familia, maestros, profesores y algunos amigos,
construyeron para mí unas bases firmes sobre las que he sido capaz de crecer.
Sobre esas mismas bases sigo haciéndolo. También aprendí a reconocer mis
errores y mis carencias, aunque lo de vivir más o menos bien consciente de esa
identidad ya es otra cosa, unos días lo llevo mejor que otros.
Pero
en definitiva, considero que he tenido suerte. Vivo en libertad, dirijo mi
destino, tomo mis propias decisiones y asumo mis errores sin más riesgo que el
remordimiento cuando no consigo estar al nivel de mis propias expectativas y
exigencias. Y estoy convencida de que es así porque un día tuve la suerte de
nacer en la parte privilegiada del mundo, lo que algunos llaman el ‘mundo
libre’, occidente, la civilización… o toda esa serie de etiquetas torpes y
desafortunadas, como cualquiera de las etiquetas que se utilizan para
distinguir o clasificar a los seres humanos.
Llegados
a este punto es cuando cobra sentido esta reflexión. Porque ayer me indigné o
me entristecí, o simplemente me reafirmé en algunas de mis convicciones cuando
comprobé como una reacción masiva se convirtió en motivo de reprobación para
algunos que, desde mi punto de vista, tal vez se consideran moralmente
superiores o mejores que el resto, cuando solo son diferentes o tienen una
valoración de su entorno distinta a la del resto, y me molesta que la gente se
sienta superior al resto de una manera u otra, porque supone una evidencia más
de lo lejos que estamos de ser capaces de cambiar las cosas, porque en pequeña
o gran escala defendemos las barreras que nos distinguen de los demás como un
triunfo moral o físico, me da igual, cuando en el fondo, todo lo que no sea
intentar construir juntos a pesar de las diferencias, en todos los casos, es
una derrota.
No me
han gustado las críticas hacia las personas que decidieron, de manera
espontánea, poner en su foto de perfil una bandera francesa, o que utilizaron
el hastag #prayforparis. Leí muchos argumentos en contra de hacerlo, y gracias
a ellos me di cuenta de que cualquier oportunidad es buena para marcar
distancias con el resto, para reivindicarnos como personas mejores o más
comprometidas que el resto, algo muy propio, por otra parte, de los seres
humanos inteligentes que somos o nos consideramos.
Se habló de manipulación
de los medios, de la conspiración del miedo, de la doble vara de medir… Y yo,
que no niego ninguno de esos argumentos, solo podía pensar en que la mayoría de
mis amigos de Facebook que aprovecharon la oportunidad que les daba la red
social de solidarizarse con Francia, lo hicieron con buena voluntad, porque la
gran mayoría, como digo, son buena gente.
Cuando
lo hicieron no estaban enviando un mensaje de indiferencia hacia el atentado en
Beirut, hacia las refugiados sirios, hacia el comercio de armas, hacia el yugo
del poder económico sobre la parte más desfavorecida del planeta. Solo
manifestaron su horror y su solidaridad por un acontecimiento terrible que les
tocó de cerca, demasiado cerca.
Porque no se sienten
igual unas muertes que otras, es inevitable. No es lo mismo que en un accidente
de autobús mueran 15 jóvenes que venían de una excursión, que en un fin de
semana mueran 15 personas en la operación salida de no sé qué festividad. Todas
son muertes, todas provocan mucho dolor, pero no las sentimos igual.
Y es
inevitable que no sintamos igual las muertes de Francia, que las de Beirut, lo
que no quiere decir que no nos parezca la misma terrible realidad. Porque con
los franceses que cenaban en un restaurante nos podemos identificar con mucha
facilidad, algo que no sucede con las personas que murieron asesinadas en
Beirut. ¿Quiere decir que somos indiferentes? No, creo que solo quiere decir
que nos sensibiliza más lo cercano, lo que conocemos.
Yo
misma cambié ayer mi foto de perfil y sentí miedo, y pensé en mis hijos, y me
asustó reconocer que ese mundo tan horrible, cuando le quitamos las etiquetas,
es el mismo mundo en el que vivo cuando voy a comprar el pan por la mañana o
cuando jugamos en el parque. Y mientras hago esas cosas no pienso
permanentemente en todos esos niños que no pueden jugar en el parque porque no
tienen parque, porque no tienen fuerzas, porque no ríen, no comen y no viven
como mis hijos. Y eso le pasa, desde mi punto de vista, a la mayoría de la
gente que conozco. Y sí, estuve entre esas personas a las que se les estremeció
el alma cuando vimos la foto de un niño muerto en la orilla de una playa, al
tiempo que era consciente de que no era el único. Y sí, no pienso en él todos
los días, lo que no quiere decir que no sea consciente de que todos los días
mueren niños, y la mayoría no aparecen en las playas, ni se les hacen fotos a
sus cadáveres para conmoción de la comunidad internacional.
La
mayoría de la gente que conozco no es indiferente al mundo que le rodea, solo
intenta vivir su día a día de la mejor manera posible, como una madre que ha
perdido a su hijo y se enfrenta a un dolor diario y permanente, pero lucha por
superarlo reproduciendo unas rutinas que, por otra parte, son indispensables
para conseguirlo. Y cuando con el tiempo consigue salir a hacer la compra, a
dar un paseo o a cenar con su marido, no quiere decir que ya no se acuerde de
su hijo o de su dolor. De la misma manera que los refugiados sirios huyen de su
país convencidos de que todo riesgo vale la pena si existe una pequeña
posibilidad de huir, de sobrevivir, aunque muchos, demasiados, mueran en el
intento. Al final, a todos nos mueven los mismos instintos, los mismos deseos,
aunque por desgracia las circunstancias de unos de otros no tengan nada que
ver.
Creo
que a la gente hay que informarla, no hay que castigarla por no saber. A la
gente no hay que llamarla directa o indirectamente estúpida por no conocer o no
querer conocer las verdaderas razones de los conflictos que martirizan a la
humanidad, porque la mayoría de la gente no sabría qué hacer si se le diera la
oportunidad de aportar una solución. No somos borregos, aunque no niego que
haya quien nos trate como tales y se aproveche del instinto de supervivencia
para conseguir sus fines. Los ejemplos se multiplican a lo largo y ancho de la
historia de la humanidad.
He
leído muchos argumentos en defensa de una reacción equitativa a todos los
dramas de la humanidad, todos con mucho sentido y con mucha razón si de dar
razones se trata, pero los que me han entristecido son los que se fundamentaban
en la reprobación de todas las personas que se dejaron llevar, que estaban
confundidas, tristes o indignadas, o tenían miedo, y por eso colocaron una foto
francesa en su perfil, y no una bandera de Beirut.
Si no
somos siquiera capaces de respetar estas pequeñas parcelas de libertad, ¿cómo
vamos a ser capaces de resolver estos conflictos terribles, vergonzosos y tan
propios de la humanidad, por otra parte?.
Esta
madrugada cambié mi foto de perfil y retiré la bandera francesa de mi perfil de
facebook porque por un momento me sentí ofendida. No quería estar entre ese
grupo de gente a la que lo que pasa en la otra parte del mundo le da igual. Quería
estar entre los que se considera
moralmente mejor que el resto por ser consciente de los dramas de la humanidad
y sus causas, y por manifestarlo públicamente con toda la vehemencia posible…
Pero no puedo sentirme
así, porque no creo que ni yo, ni nadie, seamos mejor que la gran mayoría de
personas que utilizan el mecanismo de la protección para sobrevivir, ante la
imposibilidad o la incapacidad para defenderse de una realidad que no nos gusta
y contra la que no sabemos qué hacer. Porque en este mundo también hay gente simplemente
mala, sin escrúpulos, indiferente al sufrimiento de sus semejantes, que nos
hace estremecernos solo al pensar que algún día podamos cruzarnos en su camino,
aunque estemos metidos de lleno en él sin darnos cuenta.
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